Psicólogos por la Verdad. Impacto psico-emocional de la crisis del Covid19. Septiembre 2020

Desde el inicio de la crisis del covid 19 es innegable el impacto psicológico: mental, emocional y conductual en la población general. Los gobiernos han tomado medidas fundamentadas en la guía inspirada por la Organización Mundial de la Salud, pero no han tenido en cuenta el terrible impacto que han tenido en ese sentido.

La inicial cuarentena y el encierro forzoso de la población supuso el cambio radical en la rutina de muchas personas, lo cual provocó la ruptura de la zona de confort. Si partimos de la idea de que ésta es esencial para que el sujeto tenga una mínima sensación de seguridad en su vida, el simple hecho de anularla abre la caja de pandora a todos los miedos, muchos de ellos asociados a una experiencia asociada a una pandemia con un desenlace desconocido. El temor a la muerte se hace presente y se generaliza, también el que resulta de la masiva influencia mediática que repite una y otra vez cifras de muertos y hace creer que la situación  irá mucho peor. En la actualidad repiten el número de “casos” como si fueran “decesos”, “muertes”, cuando se trata de personas sanas que han dado positivo en un test inseguro e inválidado para diagnosticar como es el test TR-PCT, con el cual si no fallara, todos daríamos positivos al medir el cromosoma 8 común a todos los seres humanos. Por otra parte, la cuarentena rompe con una necesidad de socialización básica del ser humano que produce ansiedad, irritabilidad, aburrimiento, sensación de falta de libertad, insomnio y terror no ya al virus sino a un futuro incierto y muy negro, entre otros aspectos por la economía. El Estado privó al ciudadano de su libertad individual de un plumazo y ello provoca que la sensación de la misma sea incierta en el sentido de que se cree perdida. De ahí a la depresión hay un paso. El sujeto es incapaz de resolver sus problemas, siente que su vida no tiene ninguna salida al verse privado de su libertad de deambulación, trabajo, relaciones sociales y laborales. Se inicia  la indefensión aprendida: se haga lo que se haga no se ve la salida, pero al mismo tiempo ha de actuar con urgencia. La consecuencia es el agotamiento progresivo del sistema nervioso y el agravamiento del cuadro de depresión hasta intentos de suicidios, llegando incluso a realizarlos.

Por otra parte el uso de mascarillas, de obligatoriedad según las leyes, introduce otro agravante. El sujeto que la utiliza bajo esta presión autoritaria durante tres semanas la introduce en su rutina y en su nueva zona de confort, se siente protegido, aunque disminuya su nivel de oxígeno necesario para la vida. Las consecuencias de esta práctica son las siguientes: :

1.- Problemas de salud (hipoxia, acidez en la sangre, infecciones pulmonares, debilitamiento neuronal, dolores de cabeza, confusión, depresión del sistema inmunitario y consiguiente riesgo de contraer el covid y cualquier otra enfermedad, rinitis y lesiones de órganos diversos).

2.- Disminución del autoconcepto, de la autoestima y de la dignidad, de la empatía, pues el individuo pasa a ser un número. Pierde la definición de sí mismo, de sus sentimientos y de la necesidad de expresarlos bajo la creencia de la inconveniencia de hacerlo le hace pensar que es mejor no decir ante la autoridad. Se anula la vida emocional y social de la persona.

3.-  La mutilación del yo junto a la pérdida de identidad personal que se suplanta con la social, que se toma como única y exclusiva referencia, a pesar de que las órdenes estatales limitan los derechos fundamentales, incluso el de la supervivencia.

4.- Síndromes emocionales: ansiedad, trastornos de pánico, depresión; terror si alguien rompe las reglas.

5.- Síndromes conductuales repetitivos: lavado de manos, limpiarse los zapatos, ducharse y todo tipo de conductas asociadas al Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC).

6.- Actitudes extremas, bien de total pasividad o de agresividad e intolerancia, junto una creciente necesidad de escape.

La crisis económica introduce un factor reactivante de lo anterior de manera exponencial. La incertidumbre laboral y financiera, así como el hecho de entrar en situaciones de auténtica ruina provoca que la ansiedad, la depresión, los trastornos de pánico y los problemas interpersonales incrementen tanto su intensidad hasta hacerlos insoportables frente a un sistema social que no da tregua al ciudadano y le presiona para cumplir con sus obligaciones financieras. El sujeto siente que sus objetivos vitales han sido borrados de la noche a la mañana y el peligro del desastre es inminente.

Todo esto se enmarca en un adoctrinamiento en el que el ciudadano cree que:

  1. Es normal sentirse culpable por cualquier comportamiento que pueda incrementar la pandemia, como por ejemplo, el no uso de mascarillas o cualquier paso en el ritual TOC.
  2. Sometiendo su voluntad a la del Estado los problemas se van a resolver. Se pierde toda autonomía y por ende la libertad, llegando a desarrollar conciencia de esclavo.
  3. Pérdida del locus de control interno y empleo del externo. La conducta se desarrolla en función de situaciones externas, asociadas a modelos sociales de manera tal que el sujeto es su propio dictador, pues el primero se esfuma, dado que no existe procesamiento adecuado de las emociones, ni reconocimiento ni capacidad de liberación (alexitimia), se vive en la angustia.
  4. La propia identidad esencial y  la inteligencia emocional se desmoronan porque la capacidad para tomar decisiones propias se desvanece; el proceso de deshumanización se produce cuando el mismo sujeto desconecta con su parte más profunda por temor al sentir que si lo hace,  rompe con las normas sociales preestablecidas. En otras palabras, se vuelve un autómata.
  5. Elevado nivel de manipulación. Es factible hacerle creer cualquier idea por absurda que sea, momento en el que el individuo es perfectamente manejable como un títere,  al capricho de los deseos de los gobernantes y las autoridades correspondientes, así como otras personas que sean modelos correctos de las normas adecuadas y medios de comunicación.
  6. Conflictividad social. Se rechaza de plano a toda persona que no siga las reglas bajo justificaciones absurdas, impuestas de acuerdo con el apartado e. La intolerancia, el rechazo y los comportamientos agresivos y de inculpamiento ajeno se muestran como propios de una sociedad con signos claramente fascistas.
  7. Agorafobia en forma de temor al contacto social y temores diversos asociados a la rutina que exige el covid, sobre todo con aquellas personas que no cumplen con el protocolo. 
  8. Hipocondría o temor exagerado a contraer esta enfermedad. El sujeto se revisa continuamente en sus acciones, supervisando el peligro de contagio. Las noticias de los medios de comunicación intensifican este cuadro cuando añaden nuevos síntomas o falsamente los reclasifican.
  9. Miedo excesivo a la enfermedad y a la muerte. La continuas imágenes de hospitales y de cadáveres recuerdan al sujeto que están ante una enfermedad mortal, por la que, incluso, han fallecido seres queridos. Éste se asocia a los cuadros anteriores y deviene un elemento central.
  10. Procesos de duelo inconclusos. Las víctimas del covid fueron incineradas y los familiares no pudieron despedirse adecuadamente de ellos, lo cual hace que este sentimiento de pérdida sea aún mayor  de lo que sería en otra situación. Además, los concomitantes problemas de ansiedad y depresión no resueltos y que se siguen durante la supuesta pandemia hacen que este proceso se convierta en patológico, intenso y de larga duración.
  11. Posible inicio de un nuevo trastorno: ANTROPOFOBIA o miedo y rechazo al ser humano, incluidos mis hijos, padres, familiares o amigos.  El sujeto puede presentar miedo a relacionarse con otros seres humanos, por si le contagian el virus. El otro individuo es un posible enemigo, que me puede llevar a la enfermedad y a la muerte. A la larga puede provocar depresión en sujetos que de por sí no toleran la soledad ni la ausencia de afecto. No olvidemos que los seres humanos somos sociales, necesitamos de la ayuda de los demás y que el mero hecho de tenernos que separar de nuestros seres queridos, amigos y el resto de las personas para sentirnos seguros es una trampa perfecta para el más profundo desequilibrio psicológico.
  12. El Síndrome de la cabaña. Consiste en el deseo de no salir al mundo exterior después de estar encerrado, desarrollando un temor excesivo al entorno que debería de considerarse como no peligroso. La resistencia a cambiar de hábitos, el miedo a las relaciones sociales con desconocidos y percibir el lugar de encierro como centro de seguridad hace que, aunque la pandemia no exista, se tenga la necesidad de permanecer en la nueva zona de confort creada.
  13. Posibles casos de suicidio en el caso de que todo ello llegue a una situación límite que ni el mismo sujeto entienda. Puede que no perciba un sentido en su vida y prefiera desaparecer de un mundo en el que nada tiene que hacer porque las posibilidades de éxito son nulas, haga lo que haga. Las dificultades económicas pueden provocarlos. Es el resultado de la indefensión aprendida en su grado más extremo. He aquí uno de los aspectos menos estudiados y más destacados para entender la importancia de toda problemática.

Todo ello implica la crisis del covid, todos estos efectos, no tenidos en cuenta, se están desarrollando lentamente mientras los medios de comunicación siguen alimentando el miedo terrible de la población. He aquí las terribles secuelas psicológicas, muchas de ellas irreparables en no pocos casos en forma de casos de estrés postraumático que se manifiestan en:

  1. El uso obsesivo de mascarillas.
  2. No querer salir de casa.
  3. No establecer contactos sociales fructíferos y agradables.
  4. Marcar la distancia de seguridad como criterio para las relaciones interpersonales.
  5. Antropofobia o miedo y rechazo al otro semejante, incluso a los propios hijos, familiares y amigos.
  6. Procesos de duelo no resueltos.
  7. Posibles manifestaciones delirantes.

Finalmente, si estos hechos se agravan, la patología puede comenzar a desarrollar tintes propios de la psiquiatría en forma de delirios expandidos a nivel social.

He aquí una descripción general del impacto psicoemocional de la crisis del Covid, la cual ha de ser tenida en cuenta. Ni el Estado ni la justicia pueden actuar de espaldas a estas gravísimas consecuencias y su mera presencia es una violación a la propia salud y a los derechos básicos del individuo y de la sociedad en su conjunto. Todo ello en base a un virus que no ha sido aislado ni purificado, que puede o no existir, como es el Sars Cov 2, pero sí una enfermedad inflamatoria grave que aún se deben demostrar sus causas de intoxicación a nivel celular.  Se precisa un Congreso Medico para evaluar las causas y consecuencias de esta enfermedad que ha paralizado el mundo, hundido al ser humano en su salud y en su economía, ya que ambas van unidas.

PSICÓLOGOS POR LA VERDAD.

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